Estos días he estado viendo La casa de papel con mi mejor cara de "estoy super entretenido" y también he visto cosas que tenía pendiente, o cosas que he descubierto; cosas de distintos tonos, cosas de distintos ritmos. Una de esas cosas es la película sobre un señor que ha estado casi toda su vida haciendo esto:
Subir y bajar esa barrera —hacer esperar a algún rebaño de ovejas— y entre tren y tren, meterse en esa casucha y esperar al próximo tren fumando y bebiendo té. Todo hasta que vienen los señores de traje que vienen siempre y caminan un poco por esa vía —que es la vida del señor— hasta llegar a su encuentro.
Y como siempre son los señores de traje, con mucha educación pero con mucha prepotencia, le preguntan a nuestro señor cuantos años tiene y cuantos años hace que hace lo que está haciendo. La pregunta huele mal, seguro que muchas cosas pasan por la cabeza de nuestro señor, pero la expresión de tristeza está tan aplastada en su rostro que es difícil que nos demos cuenta de nada, tan solo lo intuimos y a mí me gusta mucho intuir.
Siguiendo la misma vía, a pocos metros, el señor llega a algo que podríamos llamar casa y allí le espera su mujer que teje alfombras para que la pobreza del matrimonio sea un poco menos pobre. El señor no le comenta nada a su mujer de la conversación con los trajeados, vuelvo a intuir que no quiere preocuparla. Cenan en silencio y se acuestan en silencio; parecen personas que no tienen años, tan solo un cúmulo de movimientos continuos e idénticos mediante los cuales sobreviven a cambio de un tedio que ya ni siquiera notan.
Al día siguiente tienen una inesperada visita. Su hijo que está en el ejército y viene de permiso. El chico ha heredado la tristeza del padre, no hay besos, ni abrazos con la madre, tan solo el sempiterno té como substitutivo a la demostración de sentimientos, aunque sí hay algo tan cálido como descalzarse para estar más cómodo en la que ha sido alguna vez tu casa.
Llegan unos compradores de alfombras. La mujer prepara el té y nuestro señor lo sirve. Como siempre (como en cualquier cultura) antes de hablar de lo que se necesita hablar, se habla de lo único que nos incumbe a todos: el tiempo meteorológico. Los hombres se dirigen siempre al señor (es un país musulmán) y le dicen que el diseño de las alfombras es anticuado y que ya nadie las compra, solo dan por la alfombra 2.200 riales. La tejedora de alfombras dice que ella ha hecho el diseño que ellos le pidieron, pero su pequeña queja se disipa en el aire viciado por el tabaco de ese comedor/ casa. Nuestro señor dice que con eso no cubren ni gastos y sus palabras también se disipan en el mismo aire. Esos señores —que también llevan traje—, contestan que nadie les obliga a vender la alfombra. El señor replica que la mujer trabaja día y noche y que no es un trato justo. Los compradores pagan el precio que han dicho y se van con la alfombra sin decir adiós: la maldad del mundo no necesita explicaciones.
El padre le reprocha al hijo que ni siquiera les ha escrito, el hijo insiste que sí, que les envió una carta y el padre dice que nunca llegó; la tensión la corta la madre cuando le pregunta al hijo que cuantos días se quedará. Vuelvo a intuir que nunca se envió esa carta y la madre lo sabe. La presencia del hijo no rompe el silencio de las cena, pero hay un glorioso momento en el que el hijo saca de su pequeña bolsa de viaje tres naranjas, no hay agradecimientos pero un primer plano de las manos de la madre pelando la naranja y una mirada al hijo nos lo dice todo. El hijo duerme en el camastro y los padres en el suelo y, ya con las luces apagadas, se da también un diálogo universal:
Al día siguiente el hijo se marcha. Vuelven a no haber besos ni abrazos, la despedida puede parecer extremadamente fría, pero no, porque es una película — es una manera de contar — que no necesita mostrar esos besos ni abrazos, prefiere que la madre vea a través de la ventana, sin salir al mundo, al señor y a su hijo como se dirigen hacía la vía, se paran un momento para que el señor le dé el dinero al hijo, mientras de fondo suena el fuerte tic tac de un reloj (que vuelvo a intuir que es símbolo de mil cosas vividas y, sobre todo, no vividas) hasta que el plano cambia y desde ese mundo que los ignora, en el que desaparece el tic tac de un reloj, asistimos a un primer plano glorioso de la madre con su rostro y su mano apoyados en el cristal de la decrepita ventana. Acojonante de verdad, a mí me parece un minuto acojonante, ya os dije que la mayoría de todo esto eran idioteces pero con esto no bromeo, es un minuto mucho más intenso que cualquier minuto de la Casa de Papel.
Substituto: Hola
Señor: ¿qué quiere?
Substituto: Me han dicho que viniera a trabajar aquí
Señor: ¿quién?
Substituto: El jefe
Señor: ¿qué jefe?
Substituto: El jefe... ya sabe
El señor sale de su casucha ignorando al substituto, cierra con candado la puerta y comienza a andar por la vía. El substituto, tras unos instantes de titubeos, entiende que lo único que pueden hacer él y su maleta es seguir al señor por la vía, en una imagen en la que lo único que les distingue es esa maleta, parecen el mismo ser, ambos con el mismo destino separados únicamente por unos miles de tés y de cigarros. Incluso el señor mira hacia atrás alguna vez como si quisiera corroborar que todo lo que le está pasando sea real.
Nuestro señor entra en casa y el substituto se queda sentado en la puerta hasta que la hora de la cena hace que sea invitado a entrar. El substituto come con un apetito feroz mientras el señor y su mujer lo observan en silencio; el señor no lo soporta y prefiere irse a la casucha de guardavías.
Al día siguiente el señor coge el pequeño vagón correo que hace los encargos de la compañía ferroviaria, quiere ir a la ciudad. Al pasar por el paso de nivel ya ve al substituto que ha hecho su trabajo como si fuera exactamente él:
En la ciudad le cuesta encontrar el edificio de la compañía del Ferrocarril. Para cuando lo encuentra ya está cerrado y tiene que volver más tarde. Hace tiempo en una especie de bar casi totalmente vacío como parece estarlo todo en la película. Bebe algo que parece licor intuyo (el té no da valor) y, por fin, lo vemos en las oficinas del Ferrocarril en las que otro señor trajeado insiste en que la carta de jubilación es muy clara y que se vaya. Nuestro señor permanece en el despacho pero es ignorado por los señores trajeados que dialogan animadamente y ríen... y aquí llega un milagro, algo que era lo último que nos planteábamos ver: nuestro señor también ríe; ríe de lo que ríen los señores trajeados que es algo que, por supuesto, no tiene gracia.
Los trajeados lo siguen ignorando. Como siempre irrumpen tazas de té que le traen a los trajeados y que toman de manera muy diferente al señor y su mujer. Se hace inevitable un momento en el que le vuelvan a decir a nuestro héroe (a estas alturas ya es nuestro héroe) que se vaya y él, muy serio les dice que les ha servido durante 30 años y que no tiene dónde ir..., lo cual provoca —al menos— que los trajeados interrumpan su ingesta de té durante breves segundos, que solo son esos breves segundos. El señor marcha y lo siguiente que vemos ya es el final: un carro tirado por un mulo, cargado con los cuatro trastos del matrimonio. La última escena es de nuestro señor en el comedor / casa vacía, observa que ha quedado un pequeño espejo ajado colgado de la pared, durante segundos observa su rostro como corroborando su desamparo, como si hiciera miles de tés y cigarros que no observara su rostro ni en aquel ni en ningún espejo, hasta que finalmente lo descuelga y decide llevárselo. Es su espejo.
No era mi intención pero he acabado contado la peli, lo sé, pero no tendría que importar (¿se ha dejado de leer Robinson Crusoe por saber de qué va?), porque apelo a una curiosidad que va más allá de saber de qué van las cosas (creo que las cosas van siempre de lo mismo, sólo varía el ritmo y las maneras). Yo no quería contar la peli, pero he tenido que hacerlo para que me sea más fácil explicar que me ha hecho pensar en el ritmo de estos días: con pequeñas diferencias (sobre todo de poder adquisitivo), el ritmo de estos días es muy similar al ritmo de los días del señor y su mujer, lo que no sabría aclarar es que si cuando digo estos días me refiero a nuestros días anteriores o posteriores al 14 de marzo del 2020, a estos días que nos imponen ahora o a los días que nos imponen siempre, si es que pensamos que son tan diferentes (creo que las cosas van siempre de lo mismo, sólo varía el ritmo y las maneras).
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