Mi padre (84 años) está ingresado en una residencia geriátrica. Empezó, durante unos meses, a solo estar medio día, pero llegó un momento que hasta ese otro medio día que tenía que pasar en casa se convirtió en una carga demasiado pesada, o al menos así nos pareció, para los que teníamos que cuidarlo. Solicitamos al centro un paso a jornada completa que no sería inmediato (lista de espera) y pasaron menos meses de los esperados hasta que nos avisaron que se daba la posibilidad de poder tener una plaza de jornada completa. Nos alegramos y ahora vamos cada día a verlo porque nos sentimos un poco culpables.
Él está de ≪puta madre≫ como siempre dice cuando se le pregunta. Mi padre está de ≪puta madre≫ desde que tengo uso de razón y es una de las cosas que más le envidio, yo que soy un llorón, quejumbroso, plañidero... yo que me quejo con la misma naturalidad con la que estornudo, yo que a todas mis quejas les veo siempre un sentido y que no lo paso demasiado mal cuando me dicen ≪te estas siempre quejando≫ ni me importa que, por mis quejas, caiga mal a pesar de que me quejo de una manera original y nada cansina; he pensado muchas veces que quejándome gasto demasiada energía pero tampoco tengo claro en qué podría emplear con más provecho esa presunta energía que gasto en demasía cuando me quejo (¿en escribir más? pero, ¿no es escribir una forma de quejarse?). En todo caso, una cosa no quita la otra y envidio a mi padre por no haberle oído una queja en mi vida más allá de ≪está soso, está salado, está frío, está caliente≫, porque la queja lo que tiene es que es muy estresante.
La posibilidad que se daba de poder tener una plaza de jornada completa fue más rápida de lo ≪normal≫ porque nos dijeron 一literalmente一que tenían un ≪hueco≫ (alguien que pasa a ocupar un hueco provoca a la vez un hueco, pensé). Lo que no nos dijeron es que el hueco se daba en una planta donde están los residentes en peor estado, así que el hombre vive rodeado de señoras/es que: gritan, lloran, patalean, babean, murmullan en arameo, llaman a sus madres, hacen muecas, insultan al aire, te miran fijamente confundiéndote con alguien muerto...aunque también puedo decir que creo que hay algunos/as que en su limbo parece que viven con mucha paz.
No sería la planta que le tocaría por su estado (demencia senil pero muy llevadera), pero este pequeño detalle no nos lo explicaron cuando nos comentaron la posibilidad del paso a jornada completa y dijimos sí sin más, contentos porque no habían pasado demasiados meses desde que hicimos la petición. Al decir sí sin saber (un sí a ciegas, un sí con sorpresa) ya no hay vuelta atrás: tiene que estar en esa plaza hasta que se dé la opción/hueco de poder trasladarlo a otra planta más afín a su estado; al decir que sí tan contentos, perdimos la plaza de medio día y era aceptarlo o volver con él a casa lo cual se planteó, la verdad es que se planteó, pero no estuvimos seguros de nuestras fuerzas, así que se planteó muy poco. Esta mala comunicación con el centro provocó cierto enfado los primeros días, pero conforme pasan los días, como el de ≪puta madre≫ que nos dice continúa invariable ya no nos acordamos demasiado de que estamos o estuvimos enfadados con los gestores del centro por no contarnos todas las variables (cómo si alguien contara alguna vez todas las variables).
A pesar de todo lo que le rodea el hombre parece inmune, no parece darse cuenta del ambiente desasosegante en el que vive: se sienta en su silla reclinable de la sala común y mira la tele, o mira simplemente las escenas que se viven a su alrededor sin, aparentemente, verse afectado por ellas. En esa silla nos lo encontramos cuando vamos al centro y nos recibe con una sonrisa y preparando el de ≪puta madre≫ cuando le preguntamos cómo está. Me gusta pensar que la demencia no es la que provoca ese alejamiento de su realidad más cercana, sino que es su carácter, ese carácter que envidio, esa forma de encararlo todo que en él es pura espontaneidad y que el problema es sólo mío por tener esta percepción tan típica en mí de que todo, o casi todo, es una mierda (¡quéjate y te sacamos de aquí papa!, ¡quéjate por favor!, pero no se queja, nunca se queja).
Se levanta de la silla y nos escapamos al pequeño bar del centro a jugar al dominó. Tiene obsesión con el dominó.
Los neurólogos nunca nos han hablado directamente de Alzheimer, sino de demencia, yo intuyo que hay una diferencia y les pregunto por ella pero no me lo acaban de aclarar, me miran como diciendo: ≪ ¿qué más te da?, tiene 84 años ≫. En internet miro y no me entero demasiado tampoco y todo porque quizás decir Alzheimer es una moda que no pasa de moda; todo el mundo dice hoy en día Alzheimer, aunque no sepa escribir la palabra, nadie dice demencia cuando se refiere a los mayores y se ha dejado de decir gagá que puede que sonará muy despectivo. Alzheimer también tiene una variante que utilizan los ingeniosos: hay quién dice ≪el alemán≫. En todo caso, cuando algún conocido me pregunta por mi padre y yo les explico de una manera apresurada, casi siempre acaban pronunciando la palabra Alzheimer, como si fueran unos expertos en neurología, pero yo les corto tajante, les digo que Alzheimer NO, que tiene demencia. Quizás si el neuropsiquiatra descubridor de esta enfermedad mental no hubiese sido germanohablante y hubiese sido italiano, por ejemplo, la sonoridad de la palabra hubiese sido otra y, quizás, no me importaría tanto utilizar su nombre:
ー Pues, sí, allí está ingresado el hombre, con su Mancini. Pero está bien, come bien, duerme bien, defeca bien...
Lo más jodido que ha dejado de hacer mi padre y que antes hacía, es preocuparse de su higiene: el agua se ha convertido para él en vertidos residuales de central nuclear. Cualquier cosa que le suponga la más mínima molestia (en su aspecto, en su forma de comportarse...) la obvia directamente y por eso necesita a alquien que esté pendiente. Me ha costado acostumbrarme a esta manera de ser provocada por las enfermedad, aunque me he dado cuenta que hay momentos en que lo subestimo: hace unos cuantos meses, cuando todavía iba al centro a media jornada y yo lo acompañaba en el trayecto al centro (unos 5 minutos a velocidad normal, entre 20 y 25 a su velocidad) no podía evitar pedirte un cigarro. Para nada le conviene fumar, tiene sólo un pulmón, pero era muy difícil negárselo y acababas pensando que a estas alturas no había nada que perder, y le dabas un puto cigarro que, muchas veces, le sentaba fatal, se mareaba. Dejé de darle cigarros, pero se las arregló para pedir cigarros a otros residentes parciales a los que veía fumar. Una tarde al ir a recogerlo una trabajadora me cogió en un aparte y me explicó que esa mañana había liado un pequeño altercado porque una persona a la que le había pedido un cigarro se había negado a darle y mi padre le gritó. Fue una conversación muy breve pero provocó que cuando nos encaminábamos para casa me preguntará: ≪ ¿qué te ha explicado esa?≫ a lo que yo le respondí, ≪nada, papa, que me ha dicho que esta mañana te has enfadado con esa señora que te da cigarros porque no te ha querido dar≫, ≪si no me quiere dar un cigarro que me lo diga, pero que no me engañe y que me diga que no tiene cuando le he visto el paquete lleno, que yo no estoy tonto≫.
Mi padre es una persona muy hermética; no un hermético en el sentido de huraño, o hosco, sino que es afable la mayoría de las veces pero bastante impenetrable: nunca cuenta nada de lo que le pueda pasar por la cabeza, y a mí me confunde, quizás es así porque realmente no tiene nada que contar (lo cual dicho así puede sonar muy despectivo, y me jode porque lo quiero), o no tiene necesidad de contar nada, o tiene cosas que contar pero no sabe cómo hacerlo. Recuerdo cuando se jubiló que su carácter cambió ligeramente, lo veía más triste. Leí en su momento cosas y se ve que es algo totalmente normal con las jubilaciones: hay personas que no saben encarar el impacto emocional que supone la jubilación. Intenté hablar con él, le pregunté, y él siempre con el ≪estoy bien≫, y otro gran clásico suyo muy a tener en cuenta ≪no me duele nada≫, como si los dolores solo pudieran ser físicos.
Nunca he sabido qué piensa realmente de la mayoría de cosas, de política, por ejemplo (sólo sé que en su día votó a Felipe González, aunque no creo que eso, visto en perspectiva, sea significativo de inclinación política a día de hoy), tampoco le he preguntado ni hablamos de ello porque creo que para él no es algo importante y, directamente, por lógica, no ve necesario opinar de lo que no le preocupa ni quiere entender. Esta actitud me ha dado un cierto miedo, porque estoy harto de ver y oír a personas renegar de los políticos diciendo que todos son iguales de ladrones y sinvergüenzas cuando en el fondo están ocultando inclinaciones políticas más bien derechonas, pero creo que puedo estar tranquilo con mi padre: hará poco más de un año, antes de entrar en el centro de día, recuerdo que nos tomábamos un cortado en un bar; el mío, el nuestro, es un barrio obrero (de emigrantes andaluces, gallegos y extremeños en los cincuenta) del extrarradio de Barcelona en el que el auge de la extrema derecha ha sido bastante marcado. En aquel bar nos encontramos con unos Neardentales de bar hablando de la inutilidad de los políticos pero, cómo no, finalmente despotricando contra las ≪pagas y ayudas≫ que les dan a los de ≪afuera≫. Ni mi padre ni yo participamos en la conversación de mierda que se generó, pero al salir quise comentarlo con mi padre, ≪ ¿has escuchado papa lo que decían esos de los emigrantes?, ¿tú que piensas?≫, lo que pensaba no me lo dijo, como esperaba, seguramente porque no piensa nada sobre ello, pero me bastó su contundente ≪ese es un gilipollas, no ves que está todo el día en el bar metido≫ para quedarme tranquilo.
Nunca le he conocido una afición; nunca ha tenido grandes amigos, saluda a gente del barrio pero nada más allá; es poco amigo de reuniones familiares, si se tienen que hacer se hacen si no, ni las pide ni creo que las eche de menos; demuestra cariño a su manera torpísima, pero palpable; creo que siempre ha optado por la tranquilidad absoluta de lo básico: dormir bien y comer bien; creo que no es que odie a la gente, pero sabe que hay demasiada gente imbécil. Creo que a pesar de su aparente simplismo, mi padre sigue siendo un enigma para mí y eso me gusta: nunca le ha pasado nada lo suficientemente grave para ser infeliz, pero creo que nunca ha sido feliz del modo en el que se supone que hay que serlo o, mejor dicho, nunca ha tenido la necesidad de ser feliz, porque no le ha pasado nunca nada que evite que esté tranquilo y, en muchos momentos, contento. No recuerdo que me haya dado consejos nunca; sí me ha animado a estudiar, aunque no creo que tenga muy claro las cosas que he estudiado. Se ha preocupado por mí y me ha llevado Tuppers de comida cuando vivía lejos del barrio y ha conducido 12 horas seguidas muchos veranos para ir al pueblo.
Siempre que voy a verlo jugamos al dominó. Juega al dominó con cualquiera que vaya a verlo. Es él quien incita a jugar, nunca lo hemos propuesto nosotros y la verdad es que nos pareció bien, porque entendíamos que podía estimularlo cognitivamente en su justa medida, sin ser, de entrada, un juego demasiado exigente. En casa con mis padres recuerdo haber jugado al parchís, a la oca...pero no recuerdo demasiado el dominó. Tampoco mi padre ha sido un hombre de bar de partidas de cartas o dominó, o sea que realmente no tengo recuerdos de verlo jugar al dominó hasta ahora, pero, ¿quién sabe?, porque nunca cuenta nada... Yo he jugado poco al dominó, es evidente que sabía jugar porque todo el mundo sabe jugar al dominó, pero ahora no consigo recordar, aparte de mi padre, con quien he jugado yo al dominó. Teniendo en cuenta su estado comenzé a jugar con él con bastante cautela, incluso con la idea de dejarlo ganar de alguna manera si veía que la cosa era un total desastre. Concebía el dominó como un juego sin demasiado secreto: si tienes para poner pones si no robas, pero despues de algunos meses de partidas mis conclusiones son:
- Eso de dejarle ganar y ¡una mierda!. En ningún momento durante estos meses ha cometido ningún error, ningún despiste. Es un jodido lince; cuando tiene varias opciones busca siempre cual es la ficha que es mejor poner y le encanta, disfruta cuando te obliga a pasar dejando solo una opción de jugar ficha:
- Disfruta cuando te ves obligado a robar fichas porque no tienes para poner y vas cogiendo ficha tras ficha, se parte de risa y te dice si vas a hacer ≪un piano≫; sin embargo, cuando coge él tienes que estar muy muy pendiente, porque las mira y si no es la que necesita la vuelve a dejar sin cogerla, haciendose el despitado, haciendose la persona con demencia(ahora lo sé, al principio de jugar le dejé unas cuantas veces pero ahora ni pensarlo...)
- Cuenta las fichas: tiene muy presente las fichas que le tocan y juega constantemente a hacerte pasar con las fichas del valor que más tenga, ademas de tener muy presente las fichas que hay ya puestas encima de la mesa: sabe perfectamente cuantas fichas faltan para cerrar su valor.
- Cuando juega al dominó mi padre es cuando más habla: recuerda viejas vivencias, recuerda a antiguos conocidos o a familiares que ya no están o hace mucho que no ve; explica anécdotas y ríe. Al principio me llamó la atención que precisamente hiciera esto cuando juega al dominó, pensé que únicamente lo hacía porque jugar al dominó lo pone contento, pero con el paso del tiempo creo que es una táctica para distraerme del juego porque yo, desacostumbrado a verlo actuar así, le prestó muchísima atención.
- Le pidió a mi madre 10€ hará unos meses porque según él hay que jugarse algo y nos jugamos el cortado o lo que sea que nos tomamos con la partida. A día de hoy le quedan 7,35€.
Sigo pasándolo un poco mal cuando voy a ver a mi padre porque, como he dicho, algunas veces el panorama no es agradable, pero rápido bajamos a jugar al dominó y no me cansó después de muchos meses, ni me aburro, ni lo enfoco como una obligación: solos él y yo y las fichas que nos han ayudado a unirnos más, es un momento único.